Llueve, nada escapa a los brazos del otoño y ésta tarde tan fría me condujo de nuevo a la calle donde un día viví.
Aún guardo vivos en la memoria miles de recuerdos, poco a poco van llegando encargándose de humedecer mis ojos, llenándolos de nostalgia y emoción.
Es curioso ver como el tiempo se apodera de todo sin que apenas te des cuenta.
Allí está, al fondo, haciendo esquina junto a lo que yo recordaba como un arbolito, hoy es un enorme y deshojado que espera impaciente los primeros soles de la primavera.
Allí es donde un día viví, aquella fue mi casa.
Recuerdo a mis abuelos sentados a la puerta, a mi padre, entretenido siempre con algo que arreglar o con algún invento de los suyos. Me recuerdo jugando en esa calle con mis amigos aprovechando hasta el último minuto de sol.
Hoy todas esas imágenes no son más que fantasmas del pasado. El edificio tan lleno de luz donde me crié no es más que un anciano apuntalado. Permanece cerrado, con la mayoría de sus ventanas rotas o tapiadas y en su puerta principal un cartel de peligro donde se lee perfectamente “Cerrado por derribo”.
Sé que no debería entrar pero estoy empapado y la verdad, sigo teniendo la impresión de que cuando hice la mudanza deje algo olvidado.
Todo está oscuro y sucio, vacío y húmedo. Cierro los ojos, sonrío mientras dibujo sobre aquel paisaje la luz que un día tuvo esta casa. Poco a poco la lleno de familiares sonidos y risas, de la voz de mi madre llamándome para comer y hasta creo oler esos deliciosos guisos que preparaba todos los domingos.
Suspiro, abro de nuevo los ojos e intento mantener vivo este recuerdo mientras me dirijo a lo que un día fue mi habitación. Ya no hay puerta, tampoco está mi antigua cama, ni mis muebles, pero la ventana sigue intacta.
Cuando era pequeño me encantaba llenarla de vaho y dibujar sobre ella. No os podríais llegar a imaginar la de historias que guardan aquellos cristales.
De nuevo, allí, junto con mis fantasmas, parado frente a la ventana me siento como si no hubiera pasado el tiempo. El día que me fui olvide llevarme lo más importante, todos los sueños que un día dibujé.
Ahora, habiendo comprendido tantas cosas, regreso a mi nuevo hogar dejando escrito unas palabras en mi viejo cristal por si algún día necesito regresar.
“Las tortugas pueden decirnos más del camino que las liebres”.
2 comentarios:
Muy bonita moraleja primo. Lo importante no es la meta, es el camino.
sigue recordando momentos...
Bloque 5 2ºa...alli veras las aspas girando...
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