EL COLOR DE LA LUNA

-¿De qué color es la tristeza? Preguntó la estrella al cerezo.
- Es del color que toma el mar al acostarse el sol en su regazo. Un color azul oscuro, salvaje.
-¿De qué color son los sueños?
-Los sueños son del color del crepúsculo.
-¿De qué color es la alegría?
-Del color del mediodía, mi pequeña estrella.
-¿Y la soledad?
-La soledad es de color violeta.
-¿Y el cariño? Olvidaba preguntarte de qué color es el cariño.
-Del color de los ojos de Dios. Respondió el árbol.
-¿De qué color es el amor?
-Del color de la luna cuando hay luna llena.

ALKYONI PAPADAKI

jueves, 11 de noviembre de 2010

LAS ALAS SON PARA VOLAR

Cuando se hizo mayor su padre le dijo:

Hijo mío: no todos nacemos con alas. Si bien es cierto que no tienes obligación de volar, creo que sería una pena que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.

-Pero yo no sé volar -contestó el hijo.

-Es verdad... -dijo el padre. Y, caminando, lo llevó hasta el borde del abismo de la montaña.

-¿Ves, hijo? Éste es el vacío. Cuando quieras volar vas a venir aquí, vas a tomar aire, vas a saltar al abismo y, extendiendo las alas, volarás.

El hijo dudó.

-¿Y si me caigo?

-Aunque te caigas, no morirás. Sólo te harás algunos rasguños que te harán más fuerte para el siguiente intento -contestó el padre.

El hijo volvió al pueblo a ver a sus amigos, a sus compañeros, aquellos con los que había caminado toda su vida.

Los más estrechos de mente le dijeron: ¿Estás loco? ¿Para qué? Tu padre está medio loco... ¿Para qué necesita volar? ¿Por qué no te dejas de tonterías? ¿Quién necesita volar?

Los mejores amigos le aconsejaron: ¿Y si fuera cierto? ¿No será peligroso? ¿Por qué no empiezas despacio? Prueba a tirarte desde una escalera o desde la copa de un árbol. Pero... ¿desde la cima?

El joven escuchó el consejo de quienes le querían. Subió a la copa de un árbol y, llenándose de coraje, saltó. Desplegó las alas, las agitó en el aire con todas sus fuerzas pero, desgraciadamente se precipitó a tierra.

Con un gran chichón en la frente, se cruzó con su padre.

-¡Me mentiste! No puedo volar. Lo he probado y ¡mira el golpe que me he dado! No soy como tú. Mis alas sólo son de adorno.

-Hijo mío -dijo el padre-. Para volar, hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como tirarse en paracaídas: necesitas cierta altura antes de saltar.

Para volar hay que empezar asumiendo riesgos.

Si no quieres, lo mejor quizá sea resignarse y seguir caminando para siempre.”

Esta historia me la contó una amiga hace muchísimo tiempo, dijo que se la escuchó a un tal Jorge Bucay, yo no tardé en comprender lo que quería decirme.

Anoche, acurrucado junto a mi insomnio sus palabras volvieron a mi cabeza…

5 comentarios:

Así hablo Zarathustra dijo...

Genial historia.

Fertxu dijo...

Muchas gracias primo ;)

Käa dijo...

Una amiga que aun sigue aquí... aunque la tengas un poco olvidada...

Käa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Palma dijo...

Yo no necesito alas para volar. Cierro los ojos y en cuestión de milésimas de segundo, me encuentro surcando el cielo entre nubes blancas y frescas como nieve... A veces es tan difícil echar a volar y otras, cuando le echamos suficiente valor, tan fácil...